Las judías, también llamadas frijoles, habichuelas o alubias entre muchos otros nombres, son las semillas de la Phaseolus vulgaris, una planta anual y trepadora de la familia Fabaceae, originaria de la zona mesoamericana (México, Guatemala, Honduras y El Salvador). Siendo cultivada desde el 7.000 a. C., se trata de uno de las hortalizas más antiguas cultivadas por el hombre. De hecho, tras su introducción en Europa por parte de los conquistadores españoles, pronto se hizo con una gran popularidad también en Asia y África. Actualmente, se estima que el 45% de judía producida a nivel mundial proviene de Latinoamérica.
Al igual que sucede con otras semillas de huerto, la diversidad en cuanto a lugares donde se utiliza ha dado lugar a infinidad de usos en la cocina, y por supuesto también a un buen número de variedades distintas. Ricas en carbohidratos, fibra y proteínas, contiene también minerales y la mayor parte de vitaminas del grupo B. Sea como sea, se recomienda siempre su cocción pues en crudo contiene algunas sustancias tóxicas que se eliminan durante ésta.
La judía suele cultivarse tanto en climas fríos como cálidos, con necesidades hídricas medias (lógicamente, aumentarán con altas temperaturas) y en forma de planta trepadora, aunque también existen variedades enanas que no necesitan enturorado. Gusta de suelos ricos en materia orgánica con buen drenaje, con niveles de pH entre 6-8 y siempre evitando el encharcamiento al regar. Además, tiene una gran capacidad de fijar el nitrógeno en el suelo, por lo que es ampliamente usada en la rotación de cultivos. Se siembran a lo largo de la primavera y el verano, de manera escalonada para no cosechar todas al mismo tiempo.
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